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  • emelymancilla

Misterios del Cerro MARQUEZ


Al contemplar la cordillera andina desde las pampas vecinas a los ríos Vítor y  Codpa, se destaca en el horizonte un macizo bien definido, de casi 5.000 m. de altitud, antepuesto a los demás gigantes del Altiplano: es el cerro del Marqués, único que lleva un nombre español en aquellas cordilleras. 

Fue bautizado así por don Pedro Pizarro, sobrino del conquistador del Perú, el marqués don Francisco Pizarro. Lo llevó éste al país de los incas, a Tahuantinsuyo, cuando era todavía un adolescente, y lo ocupó en su corte como paje. Más farde,-don Pedro obtuvo la encomienda de Tarapacá y trabajó las minas  argentíferas de Huantajaya. Esa misma encomienda —y también esa mina— habían sido concedidas anteriormente a Lucas Martínez Vegaso, quien ayudó a don Pedro de Valdivia, en calidad de socio, a financiar la conquista de Chile, Don Pedro, en agradecimiento de su tío, puso  a aquel cerro su nombre, conservado hasta la actualidad. Más tarde, ya avanzado de edad, don Pedro Pizarro escribió  una de las mejores y más amenas obras sobre su tiempo: "La conquista del Perú". 

El genio popular ha tejido numerosas leyendas en torno á aquella solitaria cumbre, y muchas de ellas están vinculadas con la búsqueda de tesoros y minas, constituyendo derroteros que señalan, en forma generalmente poco precisa, cómo se puede llegar a redescubrirlos. Don Luis  Urzúa, en su libro "Arica, Puerta Nueva", ha reunido muchas de ellas, que es interesante conocer.


En Timalchaca, estancia situada al nororiente del cerro, en la quebrada de Camiña, que es tributaria de la de Ticnamar, se le habló de "riquezas legendarias, pero de fama espantable, por ser el cerro guarida de fieras y hasta morada de Satanás, que tiene allá sus dominios  desde tiempos inmemoriales y que ha realizado muchas diabluras, que pintan el  terror en el rostro hasta de los más valientes". Agregóse que el cerro de manera alguna formaba una masa compacta, como cual se presentaba mirado desde las tierras bajas, sino que se trataba de una cadena de diferentes alturas separadas por hondonadas y valles, cuyo perímetro era difícil recorrer a caballo en dos (días. Las vertientes que nacen en sus flancos alimentan pastales y bofedales, y en ellos se alimentan guanacos, vicuñas y asnos salvajes, que son perseguidos por pumas y cóndores. Además, es uno de los pocos parajes en que todavía se encuentra la chinchilla real, que es la del mejor pelaje. La roca de que consta el macizo tiene un colorido metálico y luce cambiantes matices. 


Uno de los vecinos de Timalchaca sostuvo que el demonio mantenía ocultos los tesoros de oro y plata existentes  en cuevas del cerro, que sólo estaría dispuesto a entregar si se le suministraban en trueque por ellos 50 esclavos de pelo rubio y 50 negros. 

Otro pastor informó que en 1924 se le encargó recolectar ichu (coirón) para reparar el techo de la capilla de Timalchaca. Como sabía que esa mata crece abundantemente en el cerro, propuso a algunos amigos que lo acompañaran a buscar el material. Algunos se opusieron, sin embargo, alegando que el ichu obtenido allá estaba sujeto a maleficio,  por lo cual no convenía emplearlo para cubrir con él un templo. Los convenció, finalmente, que lo acompañaran, y unos veinte hombres acamparon en la falda del macizo para cumplir al día siguiente su cometido. A las nueve de la noche,  cuando ya todos dormían, sintió repentinamente en su alma una fuerza irresistible que lo impulsaba a trepar la altura: tan poderosa era, que creía perder la razón. Como sus compañeros dormían profundamente, y no le fue posible  despertarlos, la única salvación del hechizo que actuaba en él consistió en que se amarrara a un arbusto de tola, con la piola que llevaba para sujetar la paja. Así pasó toda la  noche con la mente afiebrada, cual nuevo Ulises al navegar frente a las islas de las sirenas. Al día siguiente cortaron abundante paja brava, pero el encantamiento de que fue víctima todavía sigue actuando en él hasta el día de hoy, pues le impide conciliar el sueño hasta avanzadas horas de la noche. Por  aquel tiempo el pastor José Catacora había enviado a su mujer a la falda austral del cerro con el rebaño de llamas y  alpacas. En ella se abre en horas malas  la montaña y deja al descubierto una bocamina, al interior de la cual se  divisa un acopio de metales preciosos y herramientas y enseres personales de los mineros. Aquella mujer tuvo la suerte de dar con ella, y se apresuró a comunicarlo a su marido. Este se encontraba en compañía de un francisco (así llaman en  Arica a los negros), compadre suyo, y ambos se apresuraron a visitar la mina.  En efecto, entraron por la boca en una amplia sala que les pareció un castillo encantado de los cuentos de "Las Mil y Una Noches", lleno de fabulosos tesoros:  era cuestión de entrar con las mulas, cargarlas de oro, plata y  piedras preciosas y ser inmensamente rico. Como carecían de medios de transporte, cargaron cada cual una barra de plata y se fueron a Arica, donde las vendieron por buen dinero. Ocurrió, sin embargo, que el francisco falleciera a los pocos días  en Azapa y que el propio Catacora fuera ultimado en una riña. Su mujer murió igualmente al corto tiempo en Cobija. Muchos, que han sabido de este hallazgo, han tratado de llegar a esa fabulosa mina, pero todas sus tentativas han sido hasta ahora vanas. Puede que alguno de los lectores de este relato tenga mejor suerte. 

Debe tener presente, sin embargo, que es muy peligroso acercarse al cerro del Marqués. No sólo existen los peligros ya señalados, sino que reina allá arriba  una puna muy fuerte, lo que se atribuye a  las exhalaciones metalíferas que se manifiestan en sus contornos. 

Entre los muchos sucesos trágicos conviene recordar también el desaparecimiento de la familia de don Bonifacio Mamani, quien se fue desde Isluga, situado al poniente del salar de Coipasa, a la montaña encantada, donde se radicó en su faldeo con su rebano de auquénidos y su familia, dedicándose al mismo tiempo al cateo de minas, como todos los pastores del norte chileno. En 1939 fue encontrada ahorcada su mujer y un niñito, sin que se hubiera llegar a  saber jamás quién cometió el crimen. Pero lo más curioso es que el padre y los tres hijos sobrevivientes desaparecieran un buen día con su rebaño, sin que jamás se volviera a tener noticia de ellos. 


También los pumas representan un serio peligro. En los últimos años, su número ha aumentado mucho. Tienen sus  refugios entre las rocas más inaccesibles. Hace no mucho tiempo, la señora de don Benedicto Llave buscaba,  por ejemplo una llama que se le había extraviado y se internó en uno de esos  roqueños: muy pronto dio con un león que estaba devorando su animal. La buena  señora tuvo, al menos, suficiente presencia de ánimo para encender el ichu, y el  fuego y humo espantaron al carnicero.

No menos peligrosas son también las tempestades eléctricas, que ocurren casi diariamente en el verano y son de larga duración. Los rayos caen con gran frecuencia. Ya antes que los pastores se hicieran cristianos, colocaban cruces sobre sus cabañas, para impedir ser víctimas de ellos. Pero en febrero de 1953 don Benedicto Mamani fue alcanzado por uno en campo descubierto, muriendo instantáneamente. 

En parte, estas leyendas tienen su origen en que, efectivamente, en tiempos antiguos se han trabajado minas en el cerro del Marqués, como lo comprueban algunas bocaminas, desmontes y restos  de trapiches y buitrones (hornos de fundición) y en que, por muchos esfuerzos que se hayan realizado, no ha sido posible redescubrir alguna mina explotable.  El nombre primitivo de esa montaña  debe haber sido Tímar, topónimo aymara que está, precisamente, vinculado con las leyendas relatadas, pues proviene de tiy (cueva) e ima (escondida). Se ha conservado en el nombre del caserío de Tímalchaca, situado a casi 4.000 m. de altitud, que le agrega huesos (chaca) a la Cueva Escondida. 

No obstante tratarse de uno de los lugares más bravíos del Altiplano, de  situación muy aislada, tiene su santuario, que está dedicado a la Virgen de los Remedios, cuya fiesta, celebrada el 21 de noviembre, reúne algunas centenas de peregrinos que concurren, en gran parte, desde apreciables distancias. 

La iglesia conserva un milagro,  que es un pequeño relicario de vidrio guardado en el pecho de la imagen de la Virgen. Su leyenda es similar a la del origen del santuario de la Virgen de las Peñas, de acuerdo con una de las cuatro tradiciones que lo explican allá: un pastor divisó una paloma, que voló desde una vertiente a un punto no muy lejano. Procuró capturarla. El ave dio algunos saltos y cayó en sus manos, pero en ese mismo instante se transformó en una pequeña  placa que ostenta la imagen de la Virgen. Esto habría ocurrido en 1857, y desde entonces existe el santuario. La iglesia actual fue construida en 1877. 

Cabe recordar otro lugar vecino que  queda a pocos kilómetros al norte de Tímalchaca, sobre la orilla boreal de la quebrada de Ticnámar, a 6 kms. al sureste  de la aldea homónima. Trátase de un cerro de forma cónica y cima truncada que forma una meseta muy regular, cuya altitud es de cerca de  3.750 m. Lleva el  extraño nombre de Tangani Viracocha. Pues bien, Tangani significa en aymará dar medida colmada, o sea, buena  ventura y felicidad, y Viracocha es la figura de la religión de Tiahuanaco, el  Emisario de Ticci o Ser Supremo. No cabe duda, pues, que sobre el cerro existía  un santuario pagano, lo que confirma la  arqueología. La meseta constituye una  capa riolítica (que es un derrame de lava), sobre la que se han construido pircas  circulares u ovaladas de 3 por 3 o 2 por 3 m. de superficie y 1,20 m. de altura. En  ellas hay restos de fogatas y se encuentran fragmentos de cerámica unicolor y  policromada. Eran, pues, viviendas, lo que queda también evidenciado por haber estado cubiertas por lajas y tener una entrada en la parte inferior. 

La superficie de la explanada es de unas 6 hectáreas. Sólo una parte de ella es ocupada por las viviendas. El resto aparenta un pedregal que consiste en piedras ovaladas o redondas, seguramente galgas, o sea, proyectiles destinados a ser rodados falda abajo en caso de un ataque. Al centro se encuentra un recinto circular amplio y despojado de piedras,  y hay una gran zanja que termina en el Río Ticnámar borde oriental de la meseta, la que queda  a unos 200 m. sobre el valle del río Ticnámar. 

Estas ruinas —informa don Luis Urzúa— "parecen inspirar todavía un temor silencioso a los habitantes de la región. No las mencionan jamás y, al interrogárseles, sólo se consiguen respuestas monosilábicas. Para explicar la destrucción que se manifiesta en Tangani han inventado la leyenda de que estuvo habitado en una época en que aún no brillaba el sol y alumbraba únicamente la luna sobre la tierra. Previendo la salida del astro rey, que alguna vez había de acontecer, construyeron sus casas con las puertas hacia arriba, porque  conjeturaban que surgiría de las tenebrosas profundidades. Como no ocurrió así,  murieron todos cegados por su flamante luz". 

Al parecer se trata de una pucará o fortaleza que levantaron los collas, o sea, los pobladores del Altiplano, cuando realizaron la conquista del territorio de la  precordillera, que antes pertenecía a los  atacamas. En ella se encontraba al mismo tiempo un templo de Viracocha. Más tarde, los incas, al conquistar, por su parte, el Collao, destruyeron esa pucará. 

No es imposible que la tradición que se ha conservado en la reglón  corresponda a la realidad. Posiblemente, la religión de los atacamas era lunar y  fue reemplazada más tarde por la solar, vinculada ésta con el culto de Viracocha. 

Más abajo, en el mismo valle de Ticnámar, a 5 kms. de esta aldea, existen las ruinas de otra pucará similar : La Del Charcollo

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